Vivimos tiempos de cobardía, de lo correctamente político, tiempos en los que el pensamiento libre e independiente y con criterios éticos y de valores es perseguido directa o indirectamente.
Es tiempo de miedo al que dirán, al parecer distinto a lo que quieren los que dirigen esta sociedad a nivel mundial y la mayoría ruidosa.
En nuestro país, por supuesto, ocurre lo mismo, o de manera más clara aún.
Tenemos unos medios de comunicación, que por lo general, son altavoces de modas, formas y maneras más que discutibles, en algunos casos, perniciosas y relativistas, propiciando que aquel que tenga el rigor intelectual y valentía de discutirlas, será “linchado” mediáticamente y se sentirá sólo y socialmente despreciado, dentro de la gran ignorancia de esta sociedad.
Una sociedad, en la que se anula al individuo y se les sustituye por “la masa”; una masa, que como la historia demuestra suele comportarse de forma injusta y poco meditada.
Estos tiempos de cobardía, no sólo se viven en la sociedad, sino en la familia, en la empresa, en las relaciones sociales y también en la propia Iglesia.
Todos son miedos, miedo, en muchos casos, a ser uno mismo dentro de una conciencia sana y rectamente formada, miedo, a decir la verdad y a buscarla; en definitiva, mucho miedo, que como tal nos acaba paralizando y evitando que seamos nosotros mismos y podemos construir una sociedad mejor.