En cualquier faceta de la vida, es fundamental la ética, la moral y por supuesto la bondad.
Estas cuestiones, no sólo son buenas en si para las personas que las ponen en práctica, o al menos lo intentan cada día, aún con su defectos, sino para todas las personas de su entorno social.
Si esto es importante en cualquier actividad, profesión con mucho más motivo, debiera de ser un imperativo en el desarrollo de cualquier representación política.
Un político, sin estas premisas o condiciones, es una rémora para sus conciudadanos, porque al carecer de valores, siempre antepondrá cualquier interés personal o de grupo, que el beneficio de la sociedad.
No se puede ser un buen político, siendo una mala persona, dispuesta a mentir, difamar, engañar, aprovecharse del cargo; en definitiva, a no tener líneas rojas en su conducta, a la hora de aplicar políticas o criterios.
Desgraciadamente, hoy en el mundo y por supuesto en España, tenemos demasiados políticos “malas personas” a tenor de sus conductas, sin por ello, querer entrar en lo inviolable de sus conciencias.
Una cosa, es el error humano y otra, el desarrollar la actividad política con un único objetivo de poder personal o de grupo, sin respetar opiniones ajenas y tomando decisiones injustas, perjudiciales para una gran parte de la sociedad.
Sin embargo, el político impregnado de valores, siempre intentará hacer las cosas bien, lo que en modo alguno significa que sea perfecto, pero si que está dispuesto a valorar el beneficio o el daño que pueda hacer con sus decisiones.
En definitiva, sin tener respeto a sus semejantes, sin querer lo mejor para todos, es imposible ser buen político y por lo tanto socialmente sus actos serán generalmente dañinos.