La fuerte crisis económica y política que vive Europa, es consecuencia de la profunda crisis de valores y de la pérdida de ideales por parte de una sociedad, que ha preferido vivir en la mentira y el engaño y que no tiene la valentía de enfrentarse a su realidad.
En las dos últimas décadas, los dirigentes políticos de la vieja Europa, en vez de abordar los problemas que iban surgiendo, se han dedicado a aplazar continuamente la toma de decisiones para su solución, mientras se realizaban legislaciones absurdas, que han ido ralentizando el desarrollo económico y social.
Las medidas derivadas de la aplicación de la llamada Agenda 20-30, así como el aumento de la burocracia y la disposición de centenares de normas, en gran parte innecesarias, han acabado colapsando el desarrollo y la iniciativa.
El caso más evidente, está en las graves decisiones tomadas sobre la fabricación de automóviles y la implantación del coche eléctrico, coartando la libertad y no tomando precaución de las graves consecuencias económicas y sociales.
Otro tanto, se puede decir del desarrollo del sector agroalimentario, permitiendo la entrada de productos de terceros países sin control ni calidad, comparable con los producidos en Europa.
Lo mismo podemos decir, de la falta de capacidad para racionalizar la inmigración y permitir que la entrada de personas, sin control alguno, acabe siendo a medio plazo un problema de convivencia de consecuencias imprevisibles.
Europa, en definitiva prefiere vivir en su mentira y por ello aquellos que no lo aceptan son vilipendiados y casi perseguidos.
Esto cada vez se parece más al comportamiento de la orquesta del Titanic, que seguía tocando mientras la motonave se hundía.