“CAZA DE BRUJAS”

Uno de los intelectuales y personas más preparadas en diferentes campos de este país, Fernando del Pino Calvo-Sotelo, ha escrito un brillante artículo, titulado “Caza de brujas” en el diario EXPANSIÓN, que por su interés y por su documentación, debiera ser difundido al máximo entre la población.

En la Europa Central de los siglos XV a XVII la histeria colectiva llevó a las masas a linchar y quemar vivas a decenas de miles de mujeres acusadas falsamente de causar malas cosechas y epidemias. Pues bien, en la histeria colectiva del s. XXI algunos quieren arrastrar a las masas a linchar a los no vacunados de covid bajo la misma acusación falsa de causar epidemias, una ciega persecución de una minoría inocente (azuzada por políticos sin escrúpulos y periodistas ignorantes) que comienza a bordear el concepto de delito de odio, puesto que “públicamente fomenta, promueve o incita directa o indirectamente al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo”. ¿Propondrán pronto que los no vacunados se cosan una estrella de David en la solapa antes de encerrarlos en guetos e internar a los más recalcitrantes en campos de concentración?

Entre el escaso 9% de mayores de 12 que no se ha vacunado habrá quien por no pertenecer a la población de riesgo (ellos o sus hijos) piense que es más arriesgado vacunarse que pasar el covid. También habrá quienes lo han pasado y saben que su inmunización natural es de muchísima mayor duración y eficacia que la de las vacunas, que no les aportan beneficio alguno y sí ciertos riesgos. Estos razonamientos son científicamente impecables. Como publicaban este verano el Dr. Ladapo, profesor de Medicina en la Universidad de California, y el Dr. Risch, profesor de Epidemiología en la Universidad de Yale, “los riesgos de la vacuna Covid-19 pueden superar los beneficios para ciertas poblaciones de bajo riesgo y también en las personas que se han recuperado de Covid-19 (…), puesto que, aunque nunca se sabría al escuchar a los funcionarios de salud pública, ni un solo estudio ha demostrado que los pacientes con una infección previa se beneficien de la vacunación contra el Covid-19”[1]. Por último, habrá quien no se haya vacunado por estar a la espera de vacunas futuras más eficaces y menos peligrosas, por vivir aislado y pensar que la probabilidad de contagiarse es remota o por paranoia.

Si lo he entendido bien, los talibanes cazadores de brujas creen que las vacunas no les protegen y quieren obligar a todos a vacunarse con esas mismas vacunas que no protegen porque mágicamente cuando todos estemos vacunados las vacunas protegerán. Afirman que ellos se vacunaron “por responsabilidad”. No lo creo: si evitamos hipocresías innecesarias, la inmensa mayoría se ha vacunado por miedo por su propia salud, por conveniencia (por ejemplo, para poder viajar) o por presión social. Pero descubramos hasta qué punto estamos ante creencias supersticiosas, pues los no vacunados no ponen en peligro a nadie. En primer lugar, las vacunas y terapias genéticas covid no previenen ni la infección ni la transmisión. En efecto, su rigidez y estrechez de respuesta ha hecho que su eficacia decayera rápidamente, como han destacado numerosos estudios[2]. A finales de octubre, The Lancet Infectious Diseases publicaba que “desafortunadamente, la eficacia de las vacunas en reducir la transmisión es mínima en el contexto de la variante delta”[3], y otro macro estudio aún más reciente realizado en Suecia y publicado como pre-print en The Lancet[4], va más allá afirmando que la eficacia de las vacunas de Pfizer y Astrazeneca (85% de las dosis administradas en España) ha caído tan rápidamente que “no tienen ninguna eficacia” para evitar la infección de covid transcurridos siete y cuatro meses, respectivamente, desde su inoculación. Déjenme reiterarlo para sacudimiento de mentecatos: “ninguna eficacia”. De ahí que el orwelliano pasaporte covid sea epidemiológicamente inútil e incluso un peligro para la salud pública, por su falsa sensación de seguridad. En cuanto a la protección frente a hospitalización, gravedad y muerte, el estudio concluye que la eficacia de las vacunas es un “indetectable” 42% seis meses después de vacunarse. Así, aunque sea prematuro establecer conclusiones, según los primeros datos oficiales del Ministerio de Sanidad, y contrariamente a la consigna repetida por políticos y periodistas, dos de cada tres hospitalizados por covid en España, más de la mitad de los ingresados en UCI y ocho de cada diez fallecidos por covid son personas perfectamente vacunadas[5]. Como hay muchos más vacunados que no vacunados, en términos relativos los mismos datos muestran que la letalidad (CFR) en vacunados mayores de 60 sería del 1,7% frente al 2,8% en no vacunados.

En segundo lugar, si el virus se contagia y transmite con toda tranquilidad a través de los vacunados, carece de sentido acusar a las personas no vacunadas (de aquí o de África) de ser incubadoras de nuevas variantes. Al inicio de la epidemia expertos como el epidemiólogo de la Universidad de Yale Dr. Grubaugh y otros colegas intentaron atajar el sensacionalismo mediático respecto a mutaciones apocalípticas: “No deberíamos preocuparnos cuando un virus muta durante una epidemia, pues las mutaciones son una parte natural del ciclo de vida de un virus y raramente impactan dramáticamente en una epidemia, así que el espectro de un virus súper asesino es completamente infundado”[6]. La esperanza de erradicar un coronavirus diseminado por todo el mundo es ilusoria: con toda probabilidad, el coronavirus será una enfermedad endémica y leve[7], pues no conviene olvidar que en los últimos 200 años sólo hemos podido erradicar del planeta la viruela. En realidad, la barrera de protección realmente eficaz contra la epidemia son las personas que han pasado el covid, escandalosamente ignoradas por bastardos intereses económicos y políticos.

Desgraciada pero previsiblemente, las vacunas no sólo han resultado ser mucho menos eficaces de lo que nos prometieron, sino también mucho menos seguras. Sus efectos adversos, extrañamente censurados por la omertá, muestran inequívocamente que su peligrosidad es inusualmente alta. Según la base de datos VAERS (gestionada por el CDC norteamericano), en EEUU han muerto tras vacunarse más de 10.000 personas y 11.000 han quedado con discapacidad permanente. Para ponerlo en contexto, en nueve meses de vacunas covid ha muerto tras vacunarse el mismo número de personas que la suma de fallecidos tras vacunarse con todo tipo de vacunas en los últimos 30 años[8].

El programa de vacunación debería haberse detenido por prudencia una vez cubierta la población de riesgo dejando abierta la posibilidad para los demás mediante un consentimiento informado sobre sus beneficios y riesgos (muy distintos según edad y estado de salud) obviando a quienes hubieran superado la enfermedad, que han consumido dosis y un tiempo precioso sin beneficio epidemiológico alguno. Asimismo, debería haberse explicado con transparencia a la población las limitaciones de las vacunas y centrarse en reducir el número de muertes y no el de contagios, siendo una enfermedad que cursa leve para la inmensa mayoría de la población. Sin embargo, por razones políticas y por un desmedido afán de lucro, sobre la incalificable campaña de terror mediática se construyó una pirámide de mentiras y se crearon falsas expectativas y, ahora, en vez de culpar al fiasco vacunal, se culpa a variantes de chichinabo (¡qué buena coartada!) o a los pocos no vacunados. Está claro que no querían la inmunidad de rebaño. Querían el rebaño, y a fe mía que lo han conseguido: ante tanto engaño y atropello, en España no se oyen protestas sino balidos. Y para más inri, el Tribunal Supremo se contradice sin pudor al avalar la dictadura del absurdo con ese paripé llamado pasaporte covid, contribuyendo a la injusta estigmatización de una minoría y fomentando la histeria supersticiosa. Lamentable.