Se empieza ya a hablar de los Presupuestos Generales del Estado para el año 2021, unos presupuestos que a la fuerza deberán reducir el gasto corriente, en unos 25.000 millones de euros, ya que el gasto corriente actual, es superior al cinco por ciento del PIB, cuando lo recomendable es no superar el tres por ciento.
El déficit estructural, el compromiso de gasto corriente, es una amenaza para nuestras cuentas públicas y para mantener unos adecuados servicios básicos.
El gasto corriente, no genera apenas riqueza y acaba con la capacidad inversora que es la autentica generadora de empleo.
En España, habría que replantearse sin miedo, una gran reforma administrativa, encaminada a la disminución del gasto público.
Sin duda, hay muchos ámbitos donde intervenir: reforma administrativa del Estado, con un estudio de las necesidades reales de personal funcionario y la redistribución de tareas encomendadas a los servidores públicos, reducción del número de entidades locales, de organismos públicos, empresas públicas y cargos de libre designación e incluso aunque parezca una quimera del propio sistema autonómico.
España, con una redistribución del gasto público, se encontraría en la mejor de las situaciones para mantener una buena sanidad, educación y protección social.
Sin embargo, si no se recortan gastos improductivos a pesar de la subida fiscal que este Gobierno prepara, se acabará haciendo recortes en aspectos fundamentales sin criterio alguno, todo, por no acometer a tiempo la reforma administrativa y el gasto improductivo y descontrolado de este país.