La ingratitud de una sociedad o mejor de dicho de unos gobernantes, es algo que a las personas de bien les deja sin esperanza.
Ha fallecido Eduardo Fungairiño, el Fiscal de la Audiencia Nacional, que escribió las mejores páginas de nuestra justicia en la lucha contra el terrorismo de ETA, el defensor de las familias de la víctimas, el hombre intelectualmente mejor preparado para defender la justicia y el orden.
Fungairiño, el fiscal nacido en Santander y que veraneaba en Suances a donde también se acercaba en otras épocas del año, dado que allí tenía un sencilla vivienda, el fiscal de la silla de ruedas, el azote de los malos.
La izquierda mediática y política de este país, en un acto más de falta de generosidad y justicia, trata de ningunear su trayectoria y por lo tanto, no habrá seguramente colas ante su féretro y declaraciones farisaicas de la mayoría de los políticos.
Eduardo Fungairiño, era un hombre integro, intelectualmente un prodigio y por lo tanto, molestaba a la mediocridad campante de nuestra clase política.
Esta es la sociedad que tenemos, cobarde, atrapada por la mentira y el relativismo.
Pobre España, pobre Cantabria, cuanta vileza moral y cuanto fariseísmo.
Descanse en paz, un hombre de bien, un servidor público extraordinario, al mismo tiempo que elevo una oración por su alma.
Los mejores fallecen en medio de la indiferencia de los cobardes, que pena y que asco.