La crueldad de esta pandemia del coronavirus tiene muchas derivadas: el sufrimiento de los enfermos en la soledad, la ansiedad y falta de noticias de los familiares y el dolor que ello genera, la lucha de los médicos y resto del personal sanitario, el confinamiento en los hogares, que empieza a ser cada vez más difícil de soportar y las consecuencias económicas y laborales de todo tipo.
Sin embargo, no se habla suficientemente de las personas recluidas en residencias y centros sanitarios especiales con dependencia física o de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer.
Las familias, por la lógica de los protocolos y de la propia seguridad de los pacientes, no pueden visitar a estas personas en residencias y centros especializados, es verdad que saben permanentemente de su estado, pero no pueden trasladarles su cariño y cercanía; lo que también produce una sensación de frustración muy grande.
Hay mucho sufrimiento, a causa de esta cruel enfermedad, un sufrimiento que requiere de compresión y de respeto y no de intentos permanentes de pasar página.
Todos queremos pasar página y que esta enfermedad sea controlada, pero queremos aprender de errores y también, que cada cual asuma su responsabilidad y que no se intente en cada rueda de prensa, hablar de lo accesorio y dejar lo importante.
El dolor debe de ser mitigado, los familiares que han perdido sus seres queridos, merecen que todos, y digo todos, en la medida de lo posible, hagamos de cirineos y les ayudemos en estos momentos tan difíciles; lo que no necesitan es soberbia y prepotencia, de nadie y menos de aquellos, que precisamente debieran de ser ejemplares en sus formas y maneras.