La corrupción moral y económica, junto a la permisividad de los sucesivos gobiernos de la nación, han sido los elementos clave que han construido una sociedad como la catalana, que en su inmensa mayoría, visto lo visto, no rechaza la tremenda corrupción que ha existido en amplios sectores de la actividad política, todos ellos fuertemente relacionados con el independentismo y nacionalismo.
Al mismo tiempo la sociedad catalana, ha sido embriagada de mentiras y falsas historias, presentando al resto de España como enemigos y en muchos casos como seres inferiores.
Mientras, desde el gobierno de la nación, se pensaba que con dinero y cesiones de competencias, todo estaba arreglado, sin querer darse cuenta de la profunda deslealtad del nacionalismo; sin lealtad institucional es imposible un buen funcionamiento de un Estado tan descentralizado, como el Español.
La corrupción de una parte significante de ciertas elites políticas catalanas, es algo proporcional a lo que ocurre en el resto de la sociedad, evidentemente, no toda la sociedad, pero si de forma significativa.
Cataluña, bate “records” en desestructuración familiar, abandono religioso y otros síntomas que detectan claramente la pérdida de un andamiaje de valores en los individuos.
El nacionalismo, lo mismo ocurre en el País Vasco, irrumpe en todas las instituciones, las coloniza y las deja bajo su influencia, algo similar al funcionamiento de las sectas.
Se crea la idea que lo propio es lo bueno y lo ajeno es malo e inferior, se apela a los sentimientos identitarios de forma permanente y a la emotividad, pero existe muy poca o nada a la racionalidad y mucho menos en la búsqueda de la verdad.
En definitiva, bajo un paraguas aparentemente democrático, se construye una sociedad cerrada e intervenida: el resultado lo estamos viendo.