VERGÜENZA ANEJA

Vergüenza aneja

Por el Doctor Luis de Benito de su blog

No, no es una errata. En esta ocasión la vergüenza no es para otros, es para el colectivo médico que, hoy como ayer (Cfr. Lc 14, 5), no son capaces de soltar una burra en sábado. A estas alturas ya todo el mundo sabe de la utilidad de las mascarillas para protegerse de algo y para que todos se protejan de nada. No hace falta ser médico, basta con ser políticamente correcto para caer en el absurdo de la ciencia ilógica. Todo el boato que envuelve las relaciones misteriosas y protocolarias sirven como ritual para que parezca que estamos haciendo algo importante. La curiosidad ingenua “¿Y eso para qué sirve?” simplemente se contesta con una voz de máquina: no sé, es lo que que hay que hacer, no pregunte usted y obedezca.

Los médicos preocupados por la salud tenemos obligación de poner en conocimiento de las personas qué medidas tienen sentido para cuidar la salud y qué prácticas son superfluas, innecesarias o incluso contraproducentes para tal fin. La necedad de “esto es bueno para todos” equivale a decir que “nada es malo para nadie”. Me apena profundamente ver la cantidad de personas que han deteriorado su calidad de vida por miedo irracional, hipertrofiado desde los medios de comunicación. Por unas medidas de protección dictadas por la autoridad sanitaria sin ningún refrendo médico, sin ninguna base científica, muchas personas están condicionando de manera severa su vida y su calidad de vida. Todavía es peor que esas medidas, conocidas por los médicos, no sean puestas en evidencia como innecesarias sobre todo cuando de manera particular se tiene conocimiento de hasta qué punto puede arruinar el futuro de una persona. Existe obligación moral, incluso más allá de misma deontología, de expedir un documento liberatorio de las exigencias innecesarias que lastran, condicionan o arruinan la vida de nuestros pacientes, y que no sirven para proteger a nadie. Podría sentir vergüenza ajena cuando oigo a los que mandan dictar normas de lo que no saben. Pero cuando son los que saben los que callan frente a esas medidas absurdas, no es ajena sino aneja la vergüenza que me acompaña en estos momentos de indignación. Lo de poner cargas innecesarias sobre los hombros de los demás viene de antiguo. A cuántos jóvenes vamos a condicionar su futuro por miedo a hablar claro. Me duele la medicina y nuestro silencio, nuestra cobardía, no ha de quedar impune, colegas.